Fin. Final. Es hora de dejar de pensar. Se acabó un tiempo más, un nuevo paréntesis, el peor Madrid, el de las decepciones, las despedidas, el pesimismo, el del eterno siempre, el de la soledad. Y en el otro lado han vibrado las nuevas experiencias que han abierto nuevos caminos y en ellos personas, contribuyendo al optimismo diario, de café y sonrisa bajo la manta. Sigo siendo el mismo ser, el de la broma ligera y el alma embotellado. Una botella con mensaje secreto que solo decido compartir con él. He vuelto a darme cuenta que los números nunca fueron esenciales, que son otros los motivos que impulsan los momentos. Confianza, amor, respeto, sinceridad siguen siendo los pilares de mi tierra, cada vez dándome cuenta de que son muchos los nombres, pero muy pocas las personas que forman parte, que necesito, que quiero junto a mi. Pero vitales. Y no me arrepiento de alejarme de lo que no me conforta, y me gusta saber que no me importa nada decir lo que pienso. Mi gran pecado. Se acaba, por fin, y llega el calor tibio, siempre más bello cuando estoy bajo su abrazo, ese que nunca falla, una complicidad que hace tiempo vengo intentando explicar. Y ya me he dado por vencida, lo nuestro no tiene remedio, imposible de explicar ese bello sentimiento.
Rodeada del Gran Gaztsby, y entre Exhumaciones y últimas conversaciones, descanso, tengo el alma cansada, los pies fríos, y muchas ganas bajo la almohada.
Ha sido, sin duda, el año (sí, yo vivo en años que terminan en junio) el año de la madurez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario